La propuesta de construir ‘ciudades-Estado casi independientes’ parece ser una afrenta a la democracia y a la vida civil
Belén Fernández - Al Jazeera
http://nicaraguaymasespanol.blogspot.com/2012/07/la-particion-de-honduras-la-llegada-de.html
A fines de 2011 se publicó un artículo en The Economist proclamando
“un ambicioso proyecto de desarrollo que apunta a arrancar una nación
centroamericana de su miseria económica”. El proyecto en cuestión:
Ciudades chárter. La nación: Honduras.
El artículo explica: “En resumidas cuentas, el gobierno hondureño
quiere crear lo que equivale a empresas incipientes interiores,
ciudades-Estado casi independientes que comienzan de nuevo y que
entonces son supervisadas por expertos externos. Tendrán su propio
gobierno, escribirán sus propias leyes, administrarán su propia moneda
y, en el momento dado, tendrán sus propias elecciones.”
La expresión “en el momento dado” debería dar la voz de alerta.
Según el economista estadounidense Paul Romer, autor de la idea del
concepto de la ciudad chárter, la aparente afrenta a la democracia no es
realmente problemática porque las ciudades serán habitadas enteramente
por migrantes que se habrán establecido por su propia decisión.
The Economist presenta una analogía: “La migración a Gran Bretaña da
legitimidad al sistema legal en ese país a ojos de los que van a él,
incluso si no pueden votar. Si el sistema legal inglés fuera impuesto a
la misma persona en su país de origen, señala el señor Romer, sería un
régimen colonial.”
El plan de Romer
Romer no considera que sea necesario
que aclare cómo es posible que la subasta a una dirección extranjera de
territorio perteneciente a una nación soberana no suene a colonialismo,
especialmente si –como señala el artículo– “quiere que países ricos
supervisen la administración de ciudades chárter, en particular el
sistema judicial y la policía”, porque esto “los protegería contra la
interferencia de la nación anfitriona”.
Naturalmente, el plan de Romer ha atraído el apoyo entusiasta de la
sociópata residente de The Wall Street Journal, Mary O'Grady, que
escribió efusivamente en febrero de 2011:
“¿Qué defensor de los
mercados libres no ha soñado, en algún momento, con escaparse a una isla
desierta y comenzar un país en el cual la libertad económica sea la ley
del Estado?”
Parecería, evidentemente, que los defensores de los mercados libres
que sueñan con islas desiertas de libertad económica ya podrían haberse
dado por satisfechos, por lo menos parcialmente, con la industria de las
maquiladoras en Honduras. Mientras es curioso que O’Grady alabe la
alteración de la constitución hondureña para permitir el establecimiento
de islas fantásticas cuando invocó la santidad de ese mismísimo
documento a fin de justificar el derrocamiento del presidente Manuel
Zelaya en 2009.
Según la realidad inversa de O’Grady, debido a que Zelaya
supuestamente violó la constitución (al intentar la realización de un
sondeo no vinculante de la opinión pública sobre si modificar o no dicho
documento, producido en sí durante el clímax del servicio de Honduras
como base militar de EE.UU. durante la Guerra Fría), el golpe militar
resultante contra el presidente democráticamente elegido constituyó un
reconfortante fortalecimiento de la democracia. La emergencia posterior
al golpe de perspectivas para ciudades chárter permitió que O’Grady
perfeccionara su capacidad de utilizar un eufemismo fuera de lugar:
“Ahora el pequeño país que enfrentó al mundo para defender su
democracia parece estar reforzando una creencia en que tiene que cambiar
si quiere protegerse ante futuros ataques contra la libertad”.
Por
otra parte, Doug Henwood, del aclamado Left Business Observer, ha hecho
una evaluación más plausible de la relación entre libertad y democracia
en el contexto de ciudades chárter. En un reciente correo electrónico
que me envió, Henwood comentaba:
“Es interesante ver cómo el concepto de las ciudades chárter
desenmascara el sueño libertario como profundamente antidemocrático. La
compatibilidad de [Augusto] Pinochet y Milton Friedman presentó
numerosos indicios, pero este experimento hondureño parece ser una
prueba concluyente. Primero se necesita un golpe de Estado. Luego hay
que establecer una zona de libertad, pero un tipo especial de libertad.
No la libertad de asociación, o de expresión y desarrollo individual,
sino la libertad de maniobra para que una elite económica haga lo que le
dé la gana bajo un tipo especial de protección estatal. El nieto de
Milton, Patri Friedman, uno de los pioneros de la ciudad chárter, ha
declarado que ‘desgraciadamente la democracia… es poco adecuada para un
Estado libertario’. Lamentablemente, revela, la mayoría de las personas
no son libertarias y en una democracia los políticos tienen que ofrecer
algo a las masas para llegar al poder. Milton escribió un libro llamado
Libertad de elegir: hacia un nuevo liberalismo económico. Al parecer
Patri piensa que para la mayoría de nosotros la libertad es ser
elegidos.”
El beneficio agregado del aislamiento
En cuanto a
otros aspectos de la libertad, The Economist señala que “se supone” que
las ciudades chárter hondureñas “están abiertas a todos, pero que es
posible que se tenga que controlar la llegada de gente. Lo que es más,
el éxito o el fracaso no dependerá solo de buenas reglas, como en leyes,
sino de normas sociales que sean establecidas por sus primeros
habitantes, explica el señor Romer.” La seguridad pública dependerá de
empresas de seguridad privadas.
En otras palabras, esas ciudades-Estado artificiales gozarán del
beneficio agregado del aislamiento de los desafíos existenciales a los
que se enfrentan los ciudadanos en la propia Honduras, calificada
recientemente por las Naciones Unidas como capital de los homicidios del
mundo. El capital extranjero no tendrá que batirse contra una clase
política y una fuerza policial tristemente célebre por su corrupción,
contra militares con profundos vínculos con el narcotráfico, o contra lo
que la antropóloga de la American University, Dra. Adrienne Pine ha
calificado de “exceso demográfico” de Honduras, expresado en términos
económicos como sigue:
“Jóvenes, especialmente varones pobres que no son disciplinados por
un lugar de trabajo en una fábrica o por instituciones como Alcohólicos
Anónimos o el Cristianismo Evangélico, constituyen en una amenaza que
hay que eliminar. Es necesario para lograr ‘seguridad’, que en sí es un
medio para de crear una ‘Infraestructura positiva para las inversiones’
para atraer ‘inversión extranjera directa’.”
Sobra decir que el exceso demográfico (que el Estado hondureño ha
encarado en la historia reciente mediante políticas como la
criminalización de tatuajes y el presunto asesinato de cientos de
jóvenes hondureños) no tendrá derecho a residencia en las ciudades
chárter.
Es un hecho que la intensa pobreza y la tasa de criminalidad de
Honduras tienen mucho que ver con políticas neoliberales, maquinaciones
de corporaciones internacionales y la interferencia imperial al tiempo
que destaca la falsedad de la piadosa afirmación de Adam Davidson en el
New York Times de que Romer ciertamente se esfuerza por aliviar la
pobreza hondureña a través del sistema de la ciudad chárter. Aunque
Davidson admite que “es fácil criticar los experimentos con los medios
de vida de los pobres”, tal vez no sea suficientemente fácil.
En un ataque de regocijo neocolonial, The Economist señala que la
ciudad septentrional hondureña de Trujillo es “donde Cristóbal Colón
pisó el continente americano durante su cuarto viaje en 1502”, y
concluye diciendo “que no es solo la conexión con Colón lo que convierte
Trujillo en un sitio adecuado para ser la primera ciudad chárter. Fue
el lugar en el cual el autor estadounidense que usó el seudónimo O.Henry
escribió Cabbages and Kings, un sarcástico cuento de entumecimiento, en
el cual acuñó el término ‘república bananera’. Unos rascacielos serían
una réplica adecuada”.
En realidad, el que se coloquen áreas de territorio hondureño bajo
el control antidemocrático de intereses corporativos extranjeros sería
una continuación muy adecuada de la mentalidad de la república bananera.
Fuente: Al Jazeera